Investigación documental.
Tema:
Estudio escarlata.
Problema:
Un asesinato ¿Quién lo asesino?
Observaciones: (comenta Sherlock Holmes al doctor Watson)
Lo primero en que me fijé al llegar
allí fue que un coche había marcado dos surcos con sus ruedas cerca del
bordillo de la acera. Ahora bien: hasta la pasada noche, y desde hacía una
semana no había llovido, de manera que las ruedas que dejaron una huella tan profunda,
necesariamente estuvieron allí durante la noche. También descubrí las huellas
de los cascos del caballo; el dibujo de una de ellas estaba marcado con mayor
nitidez que el perfil de los otros tres, lo que era una indicación de que se
trataba de una herradura nueva. Supuesto que el coche encontrábase allí después
de que empezó a llover y que no estuvo en ningún momento durante la mañana, en
lo cual tengo la palabra de Gregson, se sigue de ello que no tuvo más remedio
que estar allí durante la noche; por consiguiente, ese coche llevó a los dos
individuos a la casa.
La cosa parece
bastante sencilla, le dije yo…Pero ¿qué hay acerca de la estatura del otro
hombre?
Lo que hay es esto:
en nueve casos de diez puede deducirse la estatura de un hombre por la largura
de sus pasos. Se trata de un cálculo bastante sencillo, aunque no tiene objeto
el molestarle a usted con números. Yo pude ver la anchura de los pasos de este
hombre tanto en la arcilla de fuera de la casa como en la capa de polvo del
interior. Fuera de esto, dispuse de un medio de comprobar mi cálculo. Cuando
una persona escribe en una pared, instintivamente lo hace a la altura, más o
menos del nivel de sus ojos. Pues bien: aquel escrito estaba a un poquito más
de seis pies del suelo.
Esto es un juego de
niños.
.¿Y lo relativo a su
edad? .le pregunté.
Verá usted: cuando un
hombre es capaz de dar pasos de cuatro pies y medio sin el menor esfuerzo no es
posible que haya entrado en la edad de la madurez y el agotamiento. De esa
anchura era un charco que había en el camino del jardín y que ese hombre había,
sin duda alguna, pasado de una zancada. Las botas de charol habían bordeado el
charco, y las de puntera cuadrada habían pasado por encima. En todo esto no se
encierra misterio alguno. Yo me limito a aplicar a la vida corriente algunas de
las normas de observación y deducción que defendía en aquel artículo. ¿Hay
alguna otra cosa que le intrigue? .Lo de las uñas de los dedos y lo del cigarro
de Trichinopoly. Pues bien: éste era un caso en el que se nos daba el
resultado, y en el que teníamos que descubrir todo lo demás nosotros mismos.
Deducción:
Empecemos por el
principio. Llegué a la casa, como usted sabe, a pie y con el cerebro libre de
toda clase de impresiones. Empecé, como es natural, por examinar la carretera,
y descubrí, según se lo tengo explicado ya, las huellas claras de un carruaje,
y este carruaje, como lo deduje de mis investigaciones, había estado allí en el
transcurso de la noche. Por lo estrecho de la marca de las ruedas me convencí
de que no se trataba de un carruaje particular, sino de uno de alquiler. El
coche Hansom de cuatro ruedas que llaman Growler es mucho más estrecho que el
particular llamado Brougham. Fue ése el primer punto que anoté. Avancé luego
despacio por el sendero del jardín, y dio la casualidad de que se trataba de un
suelo de ardua, extraordinariamente apto para que se graben en el mismo, huellas.
A usted le parecerá, sin duda, una simple franja de barro pisoteado, pero todas
las huellas que había en su superficie encerraban un sentido para mis ojos entrenados.
En la ciencia
detectivesca no existe una rama tan importante y tan olvidada como el arte de
reconstruir el significado de las huellas de pies. Descubrí las fuertes pisadas
de los guardias, pero vi también la pista de dos hombres que habían pisado
primero el jardín. Era cosa fácil afirmar que habían pasado antes que los
otros, porque en algunos sitios sus huellas habían quedado borradas del todo al
pisar los segundos encima mismos. Es como fabriqué mi segundo eslabón, que me
informó de que los visitantes nocturnos habían sido dos, uno de ellos notable
por su estatura (lo que calculé por la longitud de su zancada) y el otro
elegantemente vestido, a juzgar por la huella pequeña y elegante que dejaron
sus botas.
Esta última deducción
quedó confirmada al entrar en la casa. Allí tenía delante de mí al hombre bien
calzado. Por consiguiente, si había existido asesinato, éste había sido
cometido por el individuo alto. El muerto no tenía en su cuerpo herida alguna,
pero la expresión agitada de su rostro me proporcionó la certeza de que él
había visto lo que le venía encima. Las personas que fallecen de una enfermedad
cardíaca, o por cualquier causa natural repentina, jamás tienen en sus
facciones señal alguna de emoción.
Cuando olisqué los
labios del muerto pude percibir un leve olorcillo agrio, y llegué a la
conclusión de que se le habia obligado a ingerir un veneno.
Deduje también que le
habían obligado a tomarlo por la expresión de odio y de temor que tenía su
rostro. Había llegado a este resultado por el método de la exclusión, porque
ninguna otra hipótesis se ajustaba a los hechos. No vaya usted a imaginarse que
se trata de una idea inaudita. No es, en modo alguno, cosa nueva, en los anales
del crimen, el obligarle a la víctima a ingerir el veneno. Cualquier toxicólogo
recordará en seguida los casos de Dolsky, en Odesa, y de Leturier, en
Montpellier.
A continuación se me
presentó el gran interrogante del móvil. Éste no había sido el robo, puesto que
no le habían despojado de nada. ¿Se trataría, pues, de política o mediaba una
mujer? Tal era el problema con que me enfrentaba. Desde el primer instante me
sentí inclinado a esta última suposición. Los asesinos políticos tienen por
costumbre darse a la fuga en cuanto han realizado su cometido. Este asesinato,
por el contrario, había sido llevado a cabo de un modo muy pausado, y quien lo
perpetró había dejado huellas suyas por toda la habitación, mostrando con ello
que había estado presente desde el principio hasta el fin.
Ofensa que exigía un
castigo tan metódico era, por fuerza, de tipo privado, y no político. Al
descubrirse en la pared aquella inscripción, me incliné más que nunca a mi
punto de vista. Estaba demasiado claro que aquello era una aliagaza.
Pero la cuestión
quedó zanjada al encontrarse el anillo. Sin duda alguna, el asesino se sirvió
del mismo para obligar a su víctima a hacer memoria de alguna mujer muerta o
ausente. Al llegar a este punto fue cuando pregunté a Gregson si en su
telegrama a Cleveland había indagado acerca de algún punto concreto de la vida
anterior del señor Drebber. Usted recordará que me contestó negativamente. de
la vida anterior del señor Drebber. Usted recordará que me contestó
negativamente. Procedí a continuación a escudriñar con mucho cuidado la
habitación, y el resultado me confirmó en mis opiniones respecto a la estatura
del asesino, y me proporcionó los detalles adicionales referentes al cigarro de
Trichinopoly y a la largura de las uñas. Al no ver señales de lucha, llegué,
desde luego, a la conclusión de que la sangre que manchaba el suelo había
brotado de la nariz del asesino, debido a su emoción.
Pude comprobar que la
huella de la sangre coincidía con la de sus pisadas. Es cosa rara que una
persona, como no sea de temperamento sanguíneo, sufra ese estallido de sangre
por efecto de la emoción, y por ello aventuré la opinión de que el criminal
era, probablemente, hombre robusto y de cara rubicunda. Los hechos han
demostrado que mi juicio era correcto.
Pude comprobar que la
huella de la sangre coincidía con la de sus pisadas. Es cosa rara que una
persona, como no sea de temperamento sanguíneo, sufra ese estallido de sangre
por efecto de la emoción, y por ello aventuré la opinión de que el criminal
era, probablemente, hombre robusto y de cara rubicunda. Los hechos han
demostrado que mi juicio era correcto.
Conclusiones:
En ese momento había
yo llegado mentalmente a la conclusión de que el hombre que había entrado en la
casa con Drebber no era otro que el mismo cochero del carruaje. Las marcas que
descubrí en la carretera me demostraron que el caballo se había movido de un
lado a otro de una manera que no lo habría hecho de haber estado alguien
cuidándolo. ¿Dónde, pues, podía estar el cochero, como no fuese dentro de la
casa? Además, es absurdo suponer que ninguna persona que se encuentre en su
sano juicio cometa un crimen premeditado a la vista misma, como si dijéramos,
de una tercera persona que sabe que lo delatará. Y, por último, si alguien
quiere seguirle los pasos a otra persona en sus andanzas por Londres, ¿qué
mejor medio puede adoptar que el de hacerse conductor de un coche público?
Todas estas
consideraciones me llevaron a la conclusión de que a Jefferson Hope habría de
encontrarlo entre los aurigas de la metrópoli. Si él había trabajado de
cochero, no había razón de suponer que hubiese dejado ya de serlo. Todo lo
contrario: desde el punto de vista suyo, cualquier cambio repentino podría
atraer la atención hacia su persona. Lo probable era que, por algún tiempo al
menos, siguiese desempeñando sus tareas. Tampoco había razón para suponer que.
actuase con un nombre falso. ¿Para qué iba a cambiar el suyo en un país en el
que éste no era conocido por nadie? Por eso organicé mi cuerpo de detectives
vagabundos, y los hice presentarse de una manera sistemática a todos los
propietarios de coches de alquiler de Londres, hasta que huronearon dónde
estaba el hombre tras del que andaba yo. Aún está fresco en la memoria de usted
el recuerdo del éxito que obtuvieron y de lo rápidamente que yo me aproveché
del mismo.
Resultado:
Todas estas
consideraciones me llevaron a la conclusión de que a Jefferson Hope habría de
encontrarlo entre los aurigas de la metrópoli. Si él había trabajado de
cochero, no había razón de suponer que hubiese dejado ya de serlo. Todo lo
contrario: desde el punto de vista suyo, cualquier cambio repentino podría
atraer la atención hacia su persona. Lo probable era que, por algún tiempo al
menos, siguiese desempeñando sus tareas. Tampoco había razón para suponer que.
actuase con un nombre falso. ¿Para qué iba a cambiar el suyo en un país en el
que éste no era conocido por nadie? Por eso organicé mi cuerpo de detectives
vagabundos, y los hice presentarse de una manera sistemática a todos los
propietarios de coches de alquiler de Londres, hasta que huronearon dónde
estaba el hombre tras del que andaba yo. Aún está fresco en la memoria de usted
el recuerdo del éxito que obtuvieron y de lo rápidamente que yo me aproveché
del mismo.
El asesinato de
Stangerson fue un episodio completamente inesperado, pero que en cualquier caso
habría resultado difícil de evitar. Gracias al mismo, como usted ya sabe, entré
en posesión de las píldoras, cuya existencia había conjeturado. Como usted ve,
el todo constituye una cadena de ilaciones lógicas sin una ruptura ni una grieta.
¿Por qué fueron distintas a las conclusiones elaboradas por
Scotland Yard?
Las conclusiones de Sherlock Holmes son diferentes porque el
utiliza la observación minuciosamente y no omite detalles por pequeños que
estos parezcan, analiza cada acontecimiento del problema que se le presenta y
así va sacando sus deducciones.
Gregson es el hombre más agudo de Scotland Yard .puso por
comentario mi amigo… Él y Lestrade son lo mejorcito de un grupo de torpes.
Actúan con rapidez y energía, pero sin salirse de la rutina. Son odiosamente
rutinarios.
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